Creación de espacio

En un lugar donde se presta más atención al turismo y a las tortugas,
los galapaguenses están dirigiendo una evolución cultural.

Creación de espacio

En un lugar donde se presta más atención al turismo y a las tortugas,
los galapaguenses están dirigiendo una evolución cultural.

REPORTERO

Chris Kammerer

FOTO

Abigail Pittman

VIDEO

Alex Berenfeld
Renata Schmidt

INTERACTIVO

Susie Webb

«Los ecuatorianos… duermen tranquilos rodeados de volcanes rugientes, viven pobres entre riquezas incomparables y se alegran escuchando música triste.
—Alexander von Humboldt, explorador alemán, hacia 1800

Rocío Bermeo tenía 19 años cuando quedó embarazada de su primer hijo en 1977. No pudo encontrar a nadie en Quito que la ayudara con un parto en casa, de modo que se fue con el padre del bebé a San Francisco, California, a vivir entre los hippies y aprender a dar a luz.

Dos meses después, Bermeo y su hijo Nicolás volvieron a Quito sin el padre del niño. “El padre no quería ser padre,» afirma Bermeo.

Ocho años después, Bermeo conoció a Hugo Idrovo, consumado compositor, periodista e historiador ecuatoriano, y se casaron. La pareja tuvo tres hijos y una hija, que murió en un terrible accidente cuando tenía 18 meses.

“Cuando entiendes la vida, entiendes la muerte,” dice Bermeo, mientras los ojos se le enrojecen y hace un gesto de recibir: “Así que nada más dices, ‘Está bien. Gracias.'»

La familia comenzó a ir de vacaciones a las Galápagos en 1995; el ambiente de vida lenta y vuelta a la naturaleza atrajo su espíritu bohemio. En aquellos días, había vuelo hacia y desde el continente solo cada dos semanas. Un día de 1998 debían abordar el avión pero decidieron quedarse otras dos semanas. Cuando pasaron esas semanas, tampoco abordaron el avión. Y luego otra vez.

Finalmente, Bermeo e Idrovo hablaron con los niños y les preguntaron: «¿Quieren volver a Quito o prefieren quedarse aquí para siempre?» La respuesta fue unánime. La familia se instaló en San Cristóbal.

REPORTERO      Chris Kammerer

FOTO      Abigail Pittman

VIDEO     Alex Berenfield| Renata Schmidt

INTERACTIVO      Susie Webb

«Los ecuatorianos… duermen tranquilos
rodeados de volcanes rugientes,
viven pobres entre riquezas incomparables
y se alegran escuchando música triste.”
—Alexander von Humboldt, explorador alemán, hacia 1800

Rocío Bermeo tenía 19 años cuando quedó embarazada de su primer hijo en 1977. No pudo encontrar a nadie en Quito que la ayudara con un parto en casa, de modo que se fue con el padre del bebé a San Francisco, California, a vivir entre los hippies y aprender a dar a luz.

Dos meses después, Bermeo y su hijo Nicolás volvieron a Quito sin el padre del niño. “El padre no quería ser padre,» afirma Bermeo.

Ocho años después, Bermeo conoció a Hugo Idrovo, consumado compositor, periodista e historiador ecuatoriano, y se casaron. La pareja tuvo tres hijos y una hija, que murió en un terrible accidente cuando tenía 18 meses.

“Cuando entiendes la vida, entiendes la muerte,” dice Bermeo, mientras los ojos se le enrojecen y hace un gesto de recibir: “Así que nada más dices, ‘Está bien. Gracias.'»

La familia comenzó a ir de vacaciones a las Galápagos en 1995; el ambiente de vida lenta y vuelta a la naturaleza atrajo su espíritu bohemio. En aquellos días, había vuelo hacia y desde el continente solo cada dos semanas. Un día de 1998 debían abordar el avión pero decidieron quedarse otras dos semanas. Cuando pasaron esas semanas, tampoco abordaron el avión. Y luego otra vez.

Finalmente, Bermeo e Idrovo hablaron con los niños y les preguntaron: «¿Quieren volver a Quito o prefieren quedarse aquí para siempre?» La respuesta fue unánime. La familia se instaló en San Cristóbal.

«Galapagos is a paradise. That is, it is a magical place where, as in every society, we have problems.

Johanna Ricaurte, director of Galápagos Arabesque Dance Academy

San Cristóbal es la segunda isla de las Galápagos en cuanto a población. La primera llegada humana confirmada fue en 1535. Durante los siguientes tres siglos, las islas sirvieron de escondite y puesto comercial de piratas y balleneros que cazaban tortugas gigantes, ballenas y lobos marinos, y que introdujeron animales foráneos en el medio ambiente.

Después de que Ecuador reclamara la posesión del territorio en 1832, el primer gobernador indultó a 80 prisioneros para establecer una colonia en Floreana llamada “El Refugio de la Paz”. La colonia falló cinco años después por falta de agua potable, más o menos cuando Charles Darwin llegó en el HMS Beagle. Durante el resto del siglo, los colonos establecieron una serie de plantaciones de corta duración que dependían del trabajo de los esclavos, hasta que los esclavos se rebelaron y ejecutaron a sus amos.

Alrededor de 1910, grupos de colonos de Ecuador continental, Alemania y Suecia comenzaron a cultivar las tierras altas de San Cristóbal y Santa Cruz y formaron los núcleos de los pueblos que existen hoy en día.

La mayoría de las personas de fuera de la región piensa que las Islas Galápagos son una reserva natural dedicada al estudio biológico y la conservación, una Antártida tropical. Si bien el esplendor natural atrae a personas de todo el planeta, los lugareños viven en pueblos turísticos encantadores y más o menos típicos –con restaurantes, bares, hoteles y tiendas que ofrecen mercadería de tortugas, equipos de surf y buceo, etc.–. También se enfrentan a muchos de los problemas del resto del mundo –sexismo, xenofobia, conflictos políticos, etc.– rodeados de un agua azul sin límite.

Bermeo dice que los habitantes de San Cristóbal inicialmente no la aceptaron. Durante muchos años la llamaron “la gringa”, pensando que ella y su familia eran ricos por su piel blanca y sus ojos azules. Contrariamente a esa percepción, Idrovo y ella seguían alquilando su vivienda hasta hace poco.

Hace dos años, Bermeo, que ahora tiene 64 años, diseñó un bungalow al aire libre y compró un pequeño terreno en la parte alta de la ciudad para construirlo. “Antes de venir [a las Islas Galápagos], yo creía que iba a encontrar casas como esta”, dice recostada en su hamaca en el segundo piso. Su hogar es una desviación fantástica de los edificios de bloques de hormigón y cemento de cualquier otro lugar de la isla: las paredes de caña de azúcar no llegan al techo; los pisos son de matazarno, que es una madera endémica; la ducha exterior se esconde detrás de un cerco de caña de azúcar; la brisa pasa por la sala de estar aliviando compasivamente los efectos del calor ecuatorial.

Esta es la primera casa de la cual ha sido dueña. “Costó muchos años,” declara.

Bermeo se mudó a su casa a principios de marzo de este año, sin Hugo. “Él siempre hizo lo que quiso y yo siempre lo apoyé.” Después de 30 años de matrimonio, un día ella le dijo: “No más. Ha llegado mi tiempo.”

Se divorciaron y Hugo regresó al continente. “Lo quiero mucho,” dice, “pero es hora de que cada uno haga lo que quiera.”

El amor de una madre y la aguja de una costurera

María Elizabeth Alava-Mendoza, llamada “Ely”, tiene 36 años de edad, es costurera y diseñadora de ropa, y vive en las Islas Galápagos en Ecuador. Alava ha vivido en la isla San Cristóbal desde los 9 años y recuerda la época en que las calles eran de arena en lugar de asfalto y no había coches.

Los tres hijos de Alava guían su trabajo y su vida cotidiana. Hace tiempo estudió para ser maestra, pero descubrió que la profesión la obligaba a alejarse de sus hijos con demasiada frecuencia. «Mis hijos son un tesoro,”declara Alava. “Es por ellos que vivo,” agrega.

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Maria Elizabeth Alava-Mendoza holds hands with her oldest son at the lunch table

Descubrimiento de sus voces

A pocas cuadras de la casa soñada de Rocío Bermeo se encuentra la Casa de la Música. El mural en la fachada del edificio representa a unas mujeres cosiendo una colcha dorada a la orilla de un océano de color lavanda. Tres de las mujeres llevan casco de astronauta con imágenes de galaxias en espiral.

Isabel Rocha llega un poco antes de las 6 p.m. a abrir la puerta. A principios de marzo, Rocha fundó un grupo de canto para mujeres llamado Trenzando Voces.

Aquí, en la gran sala vacía que tiene aspecto de antiguo gimnasio para niños, Rocha pone en el piso tapetes de goma cuyos lados se pueden entretallar como piezas de rompecabezas. “En San Cristóbal,»declara, “no hay espacios exclusivos para mujeres en los cuales las mujeres puedan recuperarse y encontrarse.”

Isabel Rochas stands in the center of four women who are sitting in a square on colorful floor mats during a voice lesson
Isabel Rochas stretches her arms out as she leads a voice lesson

Isabel Rocha leads a voice class for her singing group Trenzando Voces (Braiding Voices) on March 17, 2022.

Durante dos horas, Rocha guía a cuatro mujeres por los fundamentos de la respiración y la postura. Su lección combina ejercicios de yoga, Qigong, canto y actuación. Es solo la tercera reunión del grupo. Esperan desarrollar un catálogo de canciones para presentaciones, pero por ahora, están comenzando por lo básico.

“Esto les permite a las mujeres recuperar su voz, su sentido de su valor propio,” afirma Rocha. “El canto es un instrumento de sanación, de conocimiento de sí misma que nos llena de vida. Y creo que las mujeres nos merecemos eso, volver a llenarnos de vida.”

Trenzando Voces es uno de las docenas de grupos de mujeres de las Islas Galápagos que forman parte de Tejido Violeta, un colectivo dedicado a empoderar a las mujeres y crear conciencia sobre la violencia de género. Entre los integrantes de Tejido Violeta se encuentran grupos feministas como MAGMA y la Academia de Danza Arabesque Galápagos, escuela de danza para niños y jóvenes dirigida por Johanna Ricaurte.

«Well, it’s really my dream as part of Tejido Violeta, as part of people who work with girls, with boys, with young people here in the community — in other words, it is to be able to justly eradicate violence.»

Johanna Ricaurte, director of Galápagos Arabesque Dance Academy

Viviana Vizuete Coronel, portavoz de Tejido Violeta, declara que organizarse en torno a estos temas puede causar polarización y, que incluso dentro del colectivo, no todos los grupos están de acuerdo sobre su posición respecto a ciertos temas, como el derecho al aborto o si el grupo se debe llamar “feminista”. Aún así, sus integrantes están unidas por una urgencia compartida de crear conciencia sobre la violencia contra las mujeres.

“Hay mujeres que simplemente no reconocen la violencia como algo negativo, sino solo como algo que pasa,” afirma Vizuete. “El objetivo principal es visibilizar la violencia.”

Lucha por las mujeres en las Galápagos

Collage of portraits of women on San Cristóbal

En las Galápagos, los casos de violencia psicológica, violación, acoso sexual y maltrato son frecuentes. En las islas se han formado grupos de mujeres dedicadas a combatir esta violencia.

En 2020, el feminicidio de Jennifer Haz Beltrán conmocionó a los habitantes de las Galápagos.

Un feminicidio es el homicidio doloso de una mujer por razón de su género. Jennifer tenía 31 años y fue asesinada en Santa Cruz por una ex pareja. Después de su asesinato, varios grupos de mujeres de las Galápagos hicieron sentadas y mítines para pedir el fin de la violencia de género y exigir acción colectiva.

Por todas las islas surgieron cerca de 30 organizaciones de derechos de las mujeres.

Tejido Violeta –colectivo dirigido por una red de mujeres de San Cristóbal– es uno de los más destacados de estos grupos de derechos de las mujeres.

Juntas, estas mujeres colaboran para combatir la normalización de la violencia contra las mujeres.

El 7 de diciembre de 2021, Tejido Violeta publicó en Instagram que, entre el 1º de enero y el 15 de noviembre, en Ecuador hubo “172 casos registrados de mujeres y niñas asesinadas violentamente por razones de género (8 transfeminicidios y 67 muertes por crimen organizado)”. En Ecuador, como en gran parte de América Latina y Europa, estos crímenes se clasifican oficialmente como “feminicidios”.

Según la Organización Mundial de la Salud, el feminicidio se define como el “asesinato intencional de una mujer por el hecho de ser mujer”, y generalmente involucra abuso doméstico, amenazas, intimidación y violencia sexual. En un estudio en curso de la OMS se indica que “el 35% de los asesinatos de mujeres en todo el mundo son cometidos por una pareja íntima. En comparación,… solo alrededor del 5% de los asesinatos de hombres son cometidos por una pareja íntima”. En Estados Unidos actualmente no hay ni registro ni definición legal de feminicidio.

Viviana Vizuete Coronel poses for a portrait in front of a railing overlooking the ocean

“The loss of a Galápagos sister awakened anger and the need for justice.”
Viviana Vizuete
Coronel, Tejido Violeta. 

Tejido Violeta citó a la Fundación Aldea, organización sin fines de lucro con sede en Quito que calcula que, entre 2014 –año en que el feminicidio fue definido en la ley ecuatoriana– y 2021, hubo 1047 feminicidios que dejaron huérfanos a 1281 niños y adolescentes.

Según Vizuete, muchas personas se resisten a hablar del tema. Vizuete afirma que la mayoría de los grupos de Tejido Violeta tienen solo unos 10 integrantes cada uno, lo cual significa que en las Galápagos hay solo unos cuantos cientos de personas creando conciencia sobre la violencia de género en medio de una población de más de 30,000 personas.

“Este es un proceso largo, muy largo, muy agotador y muy difícil, pero queremos hacerlo”, agrega Vizuete. “Al final, la fuerza colectiva es lo que cambia las políticas públicas, lo que cambia las dinámicas sociales y lo que cambia la cultura. Se debe recordar que la cultura no nos hace; que nosotros hacemos cultura. Somos sociedades en constante movimiento”.

Reported Complaints of Gender-Based Violence in the Galápagos Islands

Partir para volver

Jenny Quijozaca es integrante de Trenzando Voces y cofundadora y cervecera principal de Endémica Galápagos, primera cervecería artesanal de San Cristóbal.

Quijozaca nació y creció en la isla. Estudió ecología marina en la Universidad San Francisco de Quito en Ecuador continental, donde conoció a su esposo, Dani, quien es de Galicia, región de España famosa por su cultura cervecera. Después de graduarse en 2013, los dos vivieron en Quito durante un tiempo y finalmente decidieron fundar una cervecería en la ciudad natal de Jenny. Endémica abrió en 2016.

Jenny

Jenny Quijozaca runs Endémica Brewery in San Cristóbal.

La gira comienza como la de cualquier microcervecería: primero, visitamos los ingredientes. Sacos de maltas y lúpulos de Alemania y Argentina se apilan en lo que solía ser un dormitorio. Quijozaca dice que quiere funcionar de manera más sostenible cultivando sus propios lúpulos en San Cristóbal, pero las autoridades ya les causan suficientes dificultades para importar los gránulos verdes aromáticos a granel.

El lúpulo, aunque completamente legal, es una enredadera floreciente de la misma familia que el cannabis. Todo lo que llega a las Galápagos se registra a fondo, en parte para proteger el medio ambiente contra las plantas invasoras, pero también porque hay un problema con los carteles que trafican drogas a través de las islas. Los funcionarios se muestran reacios a dar permiso para el cultivo de lúpulo, por temor a que pueda encubrir un cultivo de marihuana.

“Somos una población muy conservadora”, afirma Quijozaca. “Hay que tener mucho cuidado al hablar para no proponer cambios muy grandes”.

Pasamos a los tanques de preparación de 500 mL, que tienen ruedas para poder meterlos en un enfriador mientras la cerveza fermenta. Esta es una innovación que yo no había visto nunca antes. Quijozaca explica que, si no se deja en el enfriador, el calor natural del medioambiente fermenta la cerveza a una temperatura demasiado alta.

Al final de la gira, Quijozaca invierte la entrevista y me pregunta mis motivaciones para reportar desde aquí. “¿Cómo contribuye esto a la comunidad?” me pregunta.

“Remember that culture doesn’t make us; we make culture.”

Viviana Vizuete Coronel, member of Tejido Violeta

Antes de ese día, su esposo me había mostrado lo escasas que son las noticias en las islas. Los lugareños dependen en una sola emisora de radio decente y del chisme.

Le hablo de nuestro proyecto, de las razones de mi presencia en el lugar para escribir sobre cultura.

“Ahora que ha hecho las entrevistas, ¿qué piensa de la cultura de las Galápagos?” pregunta Quijozaca.

Entra en escena el estadounidense nervioso.

Digo que me recuerda a Montana. “Este parece ser un lugar donde las personas vienen para escapar de lo que no les gusta de Ecuador o de donde sea que vengan, y tratan de formar una nueva vida aquí… Creo que las personas realmente intentan crear conciencia sobre los efectos que causa el ser humano y la necesidad de ser más considerados unos con otros, más cuidadosos con el planeta, y todo eso me inspira mucho. Creo que es realmente hermoso vivir aquí”.

“¿Y cómo, en una palabra, describiría usted la cultura de las Galápagos?”

Se me vienen a la mente varias palabras tontas. Finalmente, digo: «¿considerada?»

Quijozaca asiente poco impresionada.

Le pregunto qué palabra usaría ella.

«División.»

Quijozaca dice que le gustaría poder describir la cultura como «unida», pero que, con tantos intereses contrapuestos, las Galápagos de hoy parecen muy divididas.

Admito que aunque he estado en las Galápagos menos de una semana, es fácil para mí concentrarme en todo lo hermoso e inspirador que veo.

Entonces ella pregunta: «¿De dónde es usted?»

«Carolina del Norte».

«¿Cuánto tiempo ha vivido allí?»

«Cuatro años».

“¿Y cómo describiría usted la cultura de Carolina del Norte? En una palabra”.

Me río. «Vaya. Sí. División».

Nuevos ritmos

Hay 11 baterías de percusión musical en San Cristóbal. Gonzalo Fernández es dueño de tres de ellas. En 2021, Fernández fundó la Academia de Batería y Percusión (Drum Academy). Aunque inicialmente se suponía que fuera solo un campamento de un mes para niños que estaban de vacaciones, la academia sigue en funciones un año después.

Los martes y jueves, Fernández ofrece tres lecciones de una hora cada una a tres estudiantes a la vez, enseñándoles los fundamentos del ritmo de un estilo que él llama «percusión vivencial», desarrollado hace años con un baterista de jazz del continente.

Gonzalo Fernandez and a young girl both are holding drumsticks and playing the drums during one of his classes

Gonzalo Fernandez teaches a lesson at his drum academy in San Cristóbal.

Durante la primera lección, los estudiantes no tocan ni la batería ni ningún tambor. En cambio, Fernández les pide que hablen sobre los ruidos y ritmos que ocurren en la naturaleza: el sonido de los volcanes, la lluvia, el caminar de una persona o el primer ritmo de todos, el latido del corazón de la madre. Luego les ofrece hojas secas u otros objetos recogidos al azar para que hagan música.

Luego de eso, Fernández les pregunta cómo están, pero les dice que no respondan con palabras. «No quiero que digan ‘Estoy bien o estoy mal’. Quiero que respiren hondo tres veces, cierren los ojos y luego se hagan percusión en el cuerpo».

Luego viene la disciplina técnica en forma de tambores y baquetas.

Fernández y su esposa tuvieron su primer hijo hace solo unos meses. Cuando le pregunto qué espera para su hijo aquí en las islas, dice que su esposa y él lo criarán solo en San Cristóbal durante los primeros 8 a 10 años. Después de eso, la familia probablemente se mudará a otro lugar, quizás a España, para darle una mejor educación.

“En las Galápagos vivimos en dos lados”, dice Fernández. “Uno es lo bello” –el parque nacional, vivir cerca de la naturaleza, atardeceres en la playa, nadar y surfear, etc.–. “El otro es crudo, son las cosas difíciles”.

Lo primero difícil que destaca es que muchas personas están demasiado obsesionadas con ganar dinero. Le preocupa el “abandono cultural”, una tendencia de las personas a descuidar las artes. También dice que los galapaguenses tienen un obstinado sentido de la independencia que conduce a la xenofobia. Aunque aceptan con mucho gusto a los turistas que financian la mayor parte de sus salarios, los lugareños se resisten a dar la bienvenida a nuevos residentes del exterior, incluso a los ecuatorianos del continente.

“Estamos en un laboratorio natural. Así que también tenemos que hacer evolucionar la mente de las personas que viven aquí”, dice Fernández. “Aquí es donde va el arte”.

«Only art and culture mobilizes the spirit of human beings.”

Isabel Rocha, founder of Trenzando Voces

Isabel Rocha de Trenzando Voces también siente que las artes y la cultura a menudo están “abandonadas”.

“Se ha prestado mucha atención al medio ambiente, a la conservación, al ecosistema, y se olvida que la sociedad es parte del ecosistema”, explica Rocha. “No se apoya ningún proyecto cultural, y creo que es hora de empezar a exigirles a las autoridades que presten atención, porque solo un pueblo que tiene arte y cultura puede tener la convicción de exigir lo que necesita, lo que es bueno para ellos. Solo el arte y la cultura movilizan el espíritu de los seres humanos”.

Dulce sentimientos

Fernández tocaba en una banda llamada “Arkabuz” con los hijos de Rocío Bermeo, Nicolás Bermeo y Federico “Fede” Idrovo. Los hermanos todavía tocan en la banda, pero Fernández la dejó, aunque vive a la vuelta de la esquina de la casa de caña de azúcar de Bermeo.

Un sábado por la noche en marzo, una semana después de ayudar a su madre a mudarse, Fede se sienta al lado del faro en Playa Mann con su guitarra y toca una nueva canción que escribió llamada “Dulces sentimientos”.

“Solíamos confundir el amor con la posesión”, dice Fede, explicando por qué escribió la canción. “Si realmente amas a alguien, debes dejar que esa persona simplemente sea. Si esa persona todavía te elige, todos los días, eso es perfecto”.

La canción es una fusión optimista de blues, rock y reggae, con versos rápidos intercalados entre coros cadenciosos. El atardecer ilumina las nubes sobre cien embarcaciones ancladas. Para cerrar, Fede rapea: “Junto al mar, aprendimos a amarnos y odiarnos. / Y esta noche, aunque estamos separados / solo nos gustaría estar juntos”.

Los mosquitos son tan implacables que se da cachetadas mientras toca.